El viaje de tu vida
Rara es la casa en la que no sea la cocina la estancia en la que ocurren todas las cosas importantes, y rara es la ocasión especial que no se celebre con tus seres queridos alrededor de una mesa llena de comida.
Todos tenemos sabores de nuestra infancia, y platos que nos trasladan a momentos especiales de nuestra memoria. Tu tarta de cumpleaños favorita, aquel guiso tan rico que te hacían en casa cuando aprobabas un examen… y cuántos hemos aprendido a cocinar a base de observar a nuestras madres y nuestras abuelas en la cocina.
La gastronomía forma parte de nuestras vidas. De nuestro pasado y nuestro presente. No solo es que seamos lo que comemos, es que aquella famosa frase de Descartes «Pienso, luego existo», hasta se nos queda pequeña. Porque nadie podría existir si no comiera. Porque, como dice Virginia Woolf en Una habitación propia, «uno no puede pensar bien, amar bien, o dormir bien, si no ha cenado bien«.
Una deliciosa comida te puede volver a trasladar, ya no solo al pasado, sino a cualquier rincón del mundo que hayas visitado. De pronto, pruebas una musaka en un local nuevo de tu barrio, y en cuestión de segundos estas oliendo el mar mediterráneo en aquella isla griega en la que pasaste un verano de panes de pita, ensaladas de pepino y amigos.
El viaje de tu vida está lleno de sabores, algunos se te quedan grabados y te acompañan para siempre, y otros, no te los consigues quitar de la cabeza porque desconoces la técnica o la receta. Como aquel pad thai que probaste en aquel viaje a Tailandia, la maravillosa focaccia en aquella trattoria de Génova, el cous-cous que tomaste en Marrakech, o el curry que has aprendido a hacer en ese curso de cocina, mientras preparas tu viaje a la India.
De pequeños aprendimos a comer de todo, y gracias a aquel aprendizaje, nuestra capacidad de disfrutar de la comida se ha multiplicado por 20. O más bien por mil. Porque imaginaos si aún siguiésemos anclados a los macarrones con tomate de cuando éramos pequeños. Pues menuda tristeza de vida.
Lo mismo pasa con todo en esta vida. Hay que probar cosas nuevas, viajar, leer… para que nos dé tiempo a vivir muchas vidas en una. La vida es un aprendizaje constante, y en ella todo se aprende.
Así que, qué mejor plan para este verano que un curso intensivo de cocina, para viajar comiendo y comer aprendiendo.