Cine vinícola para tardes confinadas

Por el

                       “ – ……..Contempla el color , es pálido pero brillante y luminoso. Ahora haz girar la copa, dale aire al vino y mete la nariz.  Desde el fondo llega un amoroso recuerdo láctico, incluso de queso  ¿Lo sientes?

Ahhh. ¿Y cuando se bebe?

Ahora. Ya puedes beber……Oye, ¿estás mascando chicle?!!!”

Cine vinícola para tardes confinadas por Ana Lorente

Aprendimos a vestir y a desnudarnos, a bajar una escalera mirando al frente, a conducir como locos, a fumar con elegante desgana, a besar con pasión antropófaga… y también a brindar. La ardiente oscuridad de una sala de cine fue el aula viva de educación sentimental, de formación mundana, la lección exquisita o canalla, esa que ocultaban púdicamente los visillos domésticos y las persianas del instituto.

Pero para una larga generación, en el neorrealismo italiano o en el cutrefranquismo, el vino era poco más que una referencia de status lumpen, incluso de enfermedad social; mientras en el cine negro y en el color de rosa llegados de Hollywood, el vino era sólo una imagen formal. Allí estaba, junto a la mesita del teléfono blanco, el impoluto mueble bar donde no podía faltar una botella de cristal tallado, destelleante como un diamante, que daba pie romper el hielo, a la primera invitación: “¿Un Jerez…?” o, como perfecta imitación del refinamiento británico: “¿Un amontillado?”

Era la copa culta y pudorosa, apta para toda hora sin distinción de edad o sexo. Era capaz de animar una reunión de amas de casa unidas por Avón, o por el Tupperware o por un incipiente embarazo; podía reconfortar el ritmo del corazón levemente desbocado de un asesino de guante blanco, mientras contestaba al interrogatorio del sagaz inspector, o conseguía volver en sí a esa tía abuela escandalizada, alto mando del ejército de salvación, recién llegada de provincias. Pero el Jerez no salía de casa 

Que corra el champagne

En la fiesta íntima o desmadrada, para acompañar la cena de amantes en la secreta habitación de hotel, o en la celebración multitudinaria de año nuevo, corría el Champagne como un río de superficial espuma, sin degustar, sin paladear, sin más que dejar fluir las burbujas hasta que su fuerza resquebrajara una presa, cualquier represión. En la mesa del restaurante la imagen inconfundible de la botella champenoisse alternaba con la sempiterna caricatura del “esnob”, acoquinado por un estirado maitre que lo contempla con sonrisa de superioridad, mientras se enfrenta a una carta de impronunciables tintos franceses, de los que sólo consigue descifrar la columna de los precios.

Cuando el maitre es Jean León

La escasa o tópica imagen del vino en Hollywood ocultaba algunos destellos de pasión y conocimiento. Mientras se filmaban esas inolvidables películas de los años 40 desembarcaba como polizón un santanderino más listo que el hambre que lo arrastraba a la emigración: Ceferino Carrrión. Se rebautizó como Jean León, aprendió los secretos de la hostelería y de la clientela más deslumbrante de la época y, de la mano de Sinatra o de James Dean inauguro su restaurante en Beverly Hills, el mítico La Scala donde compartían mesa los Kennedy, el excéntrico y glamouroso grupo de los Rat Pack, la plana mayor de la Metro Golldwin Mayer o Luren Bacall, recién enviudada de Bogart.

En fin, el todo Hollywood disfrutaba a su mesa de la cocina mediterránea y, como no, el Chianti impuesto por la mafia importadora.

Con su talante emprendedor Jean León inauguró en Cataluña la bodega que lleva su nombre. Jaume Rovira, su enólogo (ya jubilado), propició la plantación de cepas de fama mundial como Chardonnay, Cabernet Sauvignon, Merlot … y aunque sus espléndidos vinos no erradicaron en La Scala la costumbre usamericana de acompañar el menú con tragos duros, sembraron conocimiento y gusto.

Esas semillas, han propiciado el auge económico de los viñedos californianos y el aprecio del gusto europeo, de los vinos como atisbos de lo mejor de la globalización, es decir, de la posibilidad de compartir cultura y placer. Y eso tiene un reflejo en el cine actual.

Buenísima la peli

La generación de Pinot Noir 

Por si alguien lo ha olvidado, el dialogo que abre esta página es una de las descubridoras y divertidas escenas de Entre Copas, la película de Alexander Payne que ha sacado al vino del cine de culto y del cine europeo y que, con una simple y pretenciosa frase, consiguió vender todo el Pinot Noire de las ferias internacionales de sus años.

Miles (Paul Giamatti), puntilloso y obsesivo catador aficionado, recorre un puñado de bodegas californianas del valle de Santa Inez con un amigo neófito en la materia. La narración, en el fondo una sentida historia de amor y desamor, huele a vino, transporta a la esencia del enoturismo y, sorprendentemente para autores y espectadores, se ha convertido en lección indiscutida sobre el vino y el placer.

Antes lo hizo Rohmer y una encantadora vinatera francesa, Magali, en su Cuento de Otoño, y aún antes, en 1995, la familia de Un Paseo por las Nubes, de Alfonso Arau, donde Aitana Sánchez Gijón y su padre Anthony Queen espantan la niebla del viñedo batiendo el aire con una alas gigantescas. 

Sería demasiado optimista hablar de una tendencia pero sin duda reflejan un interés, un aspecto de la cultura y la sensualidad con el que los espectadores se identifican. Como el hecho de que Torelló colaborara en Frágil con Bajo Ulloa, o que un aparente documental como Mondovino, triunfara en festivales y conviertiera en estrellas del celuloide a enólogos como  Michell Rolland o Robert Parker.

Así nació en California una muestra cinematográfica anual: “Tierra de Vinos. Incluso se sumó Castilla-La Mancha, concretamente la villa de La Solana, donde Antonio Banderas inauguró hace 16 años otro festival internacional junto a los premios Hoja de Vid. Aunque las películas no tratan sobre vino, es uno de los escasos intentos de buena promoción y acercamiento en este país, el mayor productor del mundo, pero donde el consumo desciende escandalosamente año tras año.

El festival internacional que mejor trata el tema es OEnovideo, en Francia, en la villa de Cognac, que este año se tambalea porque está programado entre el 28 y el 21 del próximo mes de Mayo. Allí vieron la luz muchos de los grandes documentales y películas que aun siguen vivas en las redes.

Y de eso hablaremos en esta página, de cine para recorrer las viñas y las bodegas, botellas y copas que mueven investigación y sentimientos, esos que tenemos tan a flor de piel estos días. Películas y Documentales para compartir con el mejor amigo que tenemos cerca: el vino.

Y es que el cine, que nos enseñó a brindar, también puede transportarnos al interior de una botella.

ROTTEN  (PODREDUMBRE)

La serie es un recorrido crítico por temas de alimentación de interés general, con un tono inconfundible usaamericano, con narraciones de interés desigual, pero con episodios muy descubridores. El que trata del vino muestra una Francia muy diferente de los míticos Burdeos o Borgoñas y también el nacimiento de los vinos chinos. 

GUERRA DE VINOS.  Dir. Randall Miller. 

Una comedia bastante imaginativa aunque basada en un acontecimiento real que fue la lucha cuerpo a cuerpo entre los vinos franceses y los californianos, el Juicio de París, en 1976, donde se comparó a alto nivel, su calidad. Estupenda la actuación de Bill Pulman, sobre todo porque es conocido que perdió el olfato en un accidente. ¿Cómo termina? No voy a destriparla, eso que ahora se dice hacer spoiler.

Aquí os dejamos la selección de vinos A PUNTO para los que queráis hacer una sesión de cine con buen vino.

Continuará…

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