Cosas que sólo me comería si estoy a ciegas

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Hace falta valor para probar algo sin saber qué aspecto tiene. ¿Y si resulta ser nuestro peor enemigo gastronómico? Alergias al margen (de las que hay que informar muy bien a cualquier sitio en el que comamos), según la educación de nuestro paladar podemos ser más o menos melindres. Sin embargo, hay estudios que demuestran que un porcentaje de los alimentos que rechazamos lo hacemos sin haberlos probado jamás. Un olor fuerte, una pinta poco apetecible… poco hay más subjetivo que los gustos. Aun así, hay cierto consenso según las culturas acerca de qué platos, incluso sin haberlos probado, apartaríamos sin duda. ¿Qué ocurriría si nos tapáramos los ojos y degustáramos ese alimento sin saber lo que es?

Insectos

Pese a que cada vez tienen más adeptos, los insectos siguen sin tener muy buena prensa en nuestro país. El hemisferio norte occidental es el único lugar del planeta en el que, de manera generalizada, no sólo no se comen insectos, ¡sino que se considera tabú! Y eso que se pronostica que serán la principal fuente de proteína animal de cara al futuro debido a la insostenibilidad medioambiental de las explotaciones ganaderas.

¿Cómo recibiríamos con los ojos vendados una cucharada de chapulines, cucarachas fritas u hormigas culonas? Según los aficionados, el sabor del insecto no es muy diferente al de algunos tipos de carne de pollo o vacuno. Además, su textura crujiente y jugosa resulta muy divertida. Y, antes de llevarnos las manos a la cabeza, recordemos que por aquí se consumen caracoles y se consideran un auténtico manjar. ¡Cuestión de costumbres!

Queso casu marzu

En el queso casu marzu también intervienen “bichos”, pero esto es otra historia. “Casu marzu” significa, en dialecto sardo, “queso podrido”. El nombre no se toma ninguna licencia poética: es lo que es, un queso de oveja infestado de larvas de mosca que lo fermentan hasta reducirlo a pulpa y suero. Si bien esta descripción ya podría bastar para encoger el estómago de muchos, en Cerdeña se considera una codiciada delicia regional que se fabrica artesanalmente o se solicita de tapadillo en restaurantes de confianza. Y es que la Unión Europea ha prohibido su comercialización. Parece ser que puede causar problemas gástricos importantes e incluso se habla de larvas que sobreviven a la digestión y comienzan a parasitar el intestino humano… pero vete tú a decírselo a un sardo.

Huevo centenario chino

Si somos de los que torcemos la nariz cuando nos encontramos un huevo duro con la yema un poco grisácea… definitivamente el huevo centenario no es para nosotros. Se trata de un huevo normal, de pato, gallina o codorniz, que se entierra en cenizas, cal viva y otros compuestos. La fermentación no dura cien años, pero sí semanas o meses, según el proceso que se escoja. El resultado es una cáscara rojiza traslúcida que alberga una bola oscura ligeramente gelatinosa con matices verdes y negros. Si fuera un mármol, sería precioso. Pero se trata de una fuente de sabor sulfuroso que a un paladar desacostumbrado puede ofenderlo hasta las lágrimas. Y, sin embargo, en China es una delicatessen.

Balut

Si el huevo centenario chino produce rechazo, el balut es sólo para el comensal que no tiene miedo a nada. Se trata, ni más ni menos, de un huevo fecundado cocido. Así dicho a lo mejor no parece para tanto, pero cuando abres la cáscara y observas ese embrión a medio formar… estómago hay que tener, desde luego. Estómago que, por supuesto, tienen los asiáticos. De origen vietnamita, el balut se ha extendido por Malasia y Filipinas, que lo consideran una estupenda fuente de proteínas.

En realidad, visto de otro modo, el balut podría responder con rotundidad a la pregunta de qué fue antes, si el huevo o la gallina.

Casquería

Barramos un poco para casa: aquí la casquería si es terreno conocido. Pocas son las personas que no la admiten de ninguna manera: a quien no le gustan unos riñoncitos al jerez se le cae la baba ante un plato de callos; y quien ni osaría acercarse a unas carrilleras no le hace ascos a una cucharada de tuétano en su guiso de carne. Hay cosas que, por su aspecto, pueden provocar repelús: las manitas de cerdo, los sesos, la sangre, la lengua… pero a lo mejor, con los ojos vendados, si lo paladeáramos descubriríamos que, oye, pues no está tan mal.

Algo a rebosar de fondant

Hay a quien la repostería creativa llena de colores brillantes, formas imposibles y efectos especiales les tira más que un casu marzu a una larva. Y hay quienes, ante eso, notan encogerse a su páncreas y retroceden con mucha prisa. Si somos del segundo grupo, probablemente sólo nos atreveríamos a ingerir tal despliegue azucarero con los ojos muy tapados. A lo mejor nos gusta o a lo mejor no, pero sólo a ciegas nos uniríamos a la fiesta.

Las cenas a ciegas

Después de este repaso a lo más cuestionable de la gastronomía a lo mejor no tenemos mucha hambre. Pero no nos quitemos la venda de los ojos todavía: ahora empieza lo bueno. Comer platos deliciosos es una experiencia que se agudiza al máximo si no interviene el sentido de la vista. Los matices en los sabores, los contrastes entre texturas o los juegos de temperaturas dispararán sensaciones mucho más intensas si no estamos distraídos en el mirar.

Si quieres vivir este juego exquisito, tienes una cita en A Punto el 20 de octubre a las 20:00. Cena a Ciegas: El Último Otoño, absoluta poesía para los sentidos.

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